Series para ver planchando: Nikita

Desde hace unos meses estoy sin plancha. No es que antes la usase demasiado, pero me venía bien de vez en cuando. Hace poco informé a mi buena amiga y paisana Keitza de que me disponía a comenzar Chuck, a lo que ella me respondió: “esa serie es perfecta para verla planchando”. Desde entonces utilizo esa expresión para referirme a esas series que consumimos casi a diario, mientras esperamos nuevos episodios de las series de verdad. Porque no tenemos la cabeza para pensar más de lo mínimo, o por simple y pura inercia. Las fundimos con las tareas domésticas, para olvidarlas nada más terminar el episodio que nos toca, y no nos importa verlas de reojo o dejarlas a medias. Como decía, no tengo plancha. Pero no pasa nada, Chuck también puede verse mientras friegas los platos o tiendes la colada. Yo lo he hecho, muchas veces. Por otra parte, mi motivación para ver este tipo de series no nace solo de esa necesidad de evasión neuronal, sino que además tengo que tener en cuenta un factor muy importante: las ‘series de verdad’ las veo, por regla general, acompañado. ¿Qué me queda entonces para ver en mis ratos de amarga y dura soledad? Pues cosas como la mencionada Chuck, Supernatural o la que me ha animado a escribir esta entrada: Nikita. Porque la tele ha cambiado, y nosotros también. Queremos verlo todo, compartirlo con todos, estar al día, acumular meses en MyTVShows; y planchar, fregar y tender ya no es lo que era.

No debe ser una coincidencia que Nikita y Chuck sean las dos series con menor índice de audiencia de esta temporada televisiva en Estados Unidos. Desde que Alias se marchase por la puerta de atrás después de unas primeras temporadas excelentes, la audiencia no ha vuelto a mostrar interés por las historias catódicas de espías. Nikita se estrenó el año pasado en la juvenil CW con la intención de cubrir un esquivo nicho de audiencia para la cadena: el masculino (concretamente, el heterosexual). Los ingredientes eran básicos: testosterona, explosiones y mujeres de armas tomar. Sin embargo, el resultado fue irregular (a pesar de unas escenas de acción excelentemente ejecutadas). Si bien tanto el comienzo como la recta final de la temporada mantuvieron un mínimo de calidad aceptable, todo lo que transcurrió en medio fue como mínimo prescindible, y en (muchas) ocasiones, horroroso. Vamos, para dejar la plancha y escuchar la serie desde el baño directamente.

La CW otorgó una segunda temporada a la serie, a pesar de que los resultados de la primera fueron de lo más discreto (os reto a que encontréis a cinco personas cercanas a vuestro círculo que vean Nikita). A día de hoy, a tenor de las paupérrimas audiencias cosechadas por la cadena, es difícil vaticinar si la segunda será la última temporada de Nikita. El baremo de CW es más impredecible que el de las demás generalistas. Con la intención de captar nuevos espectadores, el primer episodio de la temporada, “Game Change”, supone algo parecido a un borrón y cuenta nueva, una suerte de ‘Nikita para tontos’ que funciona como un ‘Anteriormente en’ de 40 minutos. Sí, la serie continúa por donde lo dejó el final de la primera temporada, pero las cosas han cambiado, y es importante que captemos el mensaje: no es imprescindible haber visto todo lo anterior para engancharse a los nuevos episodios. Juego sucio. Juego estúpido. Ni siquiera son capaces de disimular mínimamente la estrategia. Todos los personajes articulan torpes sinopsis de lo ocurrido hasta el momento en conversaciones forzadas que nunca debimos presenciar (‘Guión 101’, señores). La cadena no tiene otra opción más que intentar relanzar la serie sin perder a la audiencia, escuálida pero fiel, de la primera temporada. Lo que sí es una opción es intentar hacerlo con un mínimo de inteligencia. Pero parece que los guionistas no la han contemplado.

Nikita es una historia de mujeres. Y cuando la mujer que la protagoniza carece del carisma necesario para llevar el peso de la misma, el tiro sale por la culata. La absoluta inexpresividad de Maggie Q frustra cualquier intento de convertir a su Nikita en un personaje con múltiples capas y matices. La actriz hawaiana de ascendencia vietnamita se ha especializado en papeles con una alta carga de interpretación física, a pesar de su cuerpo menudo y una liviana presencia (si los de la CW querían audiencia masculina, ¿por qué contrataron a una actriz con cara -y piernas, y brazos- de estar muriéndose de hambre?). Sus carencias interpretativas pueden pasar desapercibidas en una película de acción tipo Hora punta 2, pero van a saltar a la vista rápidamente en el mucho más exigente formato serial. Claro que no está precisamente acompañada por un reparto que la motive a explorar distintos registros. Todo el reparto de Nikita está a la altura de Maggie Q: Percy (Xander Berkeley) en plan Hannibal Lecter de saldo, Amanda (Melinda Clarke) manejando los hilos desde arriba con perenne expresión de maldad concentrada, Alex (Lyndsy Fonseca) y su irritante cabezonería, y sobre todo, Michael (Shane West) y su extremada afectación (yo creo que el actor se dobla en sus diálogos). Todos parecen tomarse muy en serio su trabajo, pero ninguno logra que nosotros lo hagamos.

Lo dicho, Nikita es perfecta para la sobremesa, y si hay ropa que planchar y doblar, o platos acumulados en el fregadero, mejor que mejor. A veces es incluso aconsejable apartar la vista durante un rato y dejar que los protagonistas lleguen al punto de la historia al que nosotros ya hemos llegado 15 minutos antes. Ocurre de vez en cuando en un episodio de Nikita que los personajes consiguen salir de situaciones imposibles gracias a un golpe de suerte o simplemente porque ellos son los únicos seres inteligentes del planeta (sí, incluyendo a la audiencia). No son más que síntomas de la falta de audacia de unos guionistas en pañales. Claro que debe darles igual. Porque saben que estamos “planchando”.

 

The Office: Evaluación del nuevo jefe de Dunder Mifflin

El vacío dejado por el antiguo jefe de la rama de Scranton de Dunder Mifflin se va haciendo más grande a medida que se emiten episodios de la octava temporada de The Office (ya van seis). Sin embargo, la marcha de Steve Carell no ha supuesto a priori grandes cambios en la serie. Esto indica por una parte un acomodamiento en la fórmula que ha funcionado tanto tiempo, y por otra un alto grado de confianza en el amplio plantel de secundarios de la serie. Es cierto que a lo largo de las siete temporadas anteriores se nos ha insistido en que el corazón de The Office está representado por el pintoresco grupo de trabajadores de la empresa dedicada a la fabricación y venta de papel. Sin embargo, sería absurdo negar la importancia capital de Michael Scott para el éxito de la serie. Sin Carell, la comedia de NBC se limita a seguir potenciando el bizarrismo y la estupidez de sus personajes hasta cotas insospechadas (Kevin, Erin y Gabe ya eran rematadamente tontos, pero sus diatribas son cada vez más desconcertantes), además de mimetizar tramas de las primeras temporadas con la esperanza de repetir la jugada. Sin embargo, después de siete años de excelente caracterización de personajes, no nos queda otra: amamos a todos esos idiotas, egocéntricos y sociópatas (a todos menos a Darryl: fuera ya).

El mayor reclamo para la audiencia a la hora de sintonizar con la octava temporada de The Office era averiguar quién sería el sustituto de Michael Scott. Existían dos opciones: dar ese empleo a uno de los personajes que ya conocíamos (Dwight y Andy eran los más firmes candidatos) o introducir un nuevo personaje. La (acomodaticia) solución ha sido una combinación de ambas. Andy ocupa el lugar de Michael, y un nuevo personaje, Robert California (interpretado por un irreconocible James Spader) ejerce de presidente de la compañía, con mayor presencia en Scranton que sus predecesores. El experimento por ahora no está saliendo del todo bien. California es una presencia incómoda y extraña, y aunque esa parece ser su función y Spader la desempeña acertadamente, hay algo que no encaja. Lo cierto es que Robert California (gran nombre, por cierto) parece ser uno de esos personajes con múltiples capas, y como tal, quizás debamos darle algo más de tiempo antes de emitir un juicio definitivo acerca de él.

Sin embargo, a Andy lo conocemos desde hace ya bastante tiempo y sabemos cuáles son sus virtudes y cuáles sus puntos débiles. Su ascenso no viene impulsado por el papel que desempeña en la serie y en la dinámica de la oficina, sino más bien por el tirón de Ed Helms después de los éxitos de la saga cinematográfica Resacón en Las Vegas. La figura de Andy como supervisor regional de la compañía está siendo explorada con tino al mostrarnos a un personaje sin la
resolución necesaria para llevar a cabo un trabajo de coordinación de un gran grupo de trabajadores. Lo que lo diferencia de Michael Scott es que Andy Bernard es consciente de sus carencias y el miedo es lo que lo define como jefe. Es cierto que al Nard-Dog le falta un hervor, pero cae bien, muy bien, eso es innegable. Y es esa la cualidad que se está aprovechando para construir la octava temporada de The Office. No sería del todo fallida si no fuera porque se está llevando a cabo una clonación absoluta de las tramas de las primeras temporadas de la serie. En ellas, tras una serie de pasos en falso por parte del jefe, los empleados le demuestran a última hora el gran aprecio que sienten por él. Este sentimentalismo calaba hondo cuando Michael Scott era el homenajeado; claro que Michael era un personaje infinitamente más complejo e interesante. No obstante -y a pesar de que Andy sea enormemente abrazable- repetir la jugada no hace más que poner en evidencia la falta de inspiración de unos guiones que a ratos parecen escritos con plantilla.

Una vez alcanzado el punto de no retorno, el regreso a los orígenes suele caracterizar a las series más longevas, y es lo que The Office está tratando de hacer sin éxito (por lo visto, a la NBC no le sirvió de ejemplo lo que ocurrió con Expediente X o con otra de sus comedias, Scrubs). No basta con darnos a un ‘Michael 2.0’, ni con revisitar la rivalidad entre Dwight y Jim con bromas cada vez más retorcidas (el libro de protocolo para celebraciones). Es necesario algo más, algo nuevo, algo distinto. No diré en voz alta que la serie debió finalizar con la marcha de Michael Scott, porque volver a ver a todos los trabajadores de Dunder Mifflin es siempre un placer. Pero seguramente lo piense cada vez que vea un nuevo episodio de The Office.